sábado, 5 de marzo de 2011

La libertad de expresión implica el derecho a combatir las creencias

El Plural / Artículos de opinión

  • 38x38 Gerardo RivasOK
  • GERARDO RIVAS

    05/03/2011




Grosso Modo
Mi último escrito publicado en este diario el pasado día uno ha sido objeto de alguna que otra descalificación personal por parte de varios lectores que así lo han manifestado en sus comentarios. Su título: ¿Por qué Ratzinger no llama al orden al mayor abortista de la historia?
Se mantenía en el referido artículo la evidente contradicción que existe entre dos pilares básicos de la doctrina de la Iglesia Católica. Por un lado, la creencia de que la “Creación del Universo” es perfecta por ser la obra de Dios y, por el otro, la convicción de que el ser humano -la persona- existe desde que es concebido, es decir, desde que un óvulo es fecundado por un espermatozoide. Si el cigoto es ya persona -se argumentaba-, ¿por qué Dios ha diseñado el curso de su posterior gestación en el vientre de la mujer de forma tan perversa e imperfecta -en contra de lo sostenido por la doctrina católica- que propicia una mortalidad constatada entre los cigotos/personas que asciende hasta el 82% cuando en su recorrido desde las trompas de Falopio hasta el útero tarda más de once días? ¿por qué la obra “perfecta” de Dios provoca tanta muerte en las personas antes de que éstas tengan si quiera la oportunidad de nacer e, incluso, poder ser a través del bautismo “liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios” (sic Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 1213).

En este sentido, se afirmaba en el artículo de marras, en una gráfica locución, que Dios era el mayor abortista de la historia; expresión, por otra parte, de la que no soy autor -aunque en este contexto esté totalmente de acuerdo con ella- ya que se la escuché por vez primera a uno de los biólogos evolucionistas más prestigiosos del mundo, el neodarwinista español Francisco J. Ayala. 

Pues bien, estas reflexiones que podrían haber sido objeto de controversia por aquellos que no estuviesen de acuerdo con ellas, ya que tenían la oportunidad de exponer sus argumentos, la han aprovechado, simple y llanamente, para descalificar a la persona. Como muestra un botón. La de un lector que, con el nick cualquiera, escribía: “Sr. Rivas, lo suyo serán las ciencias Económicas, tal vez, pero la educación y el respeto a las creencias de los demás estoy convencido que no es algo que le distingue. Mire, llamar abortista a Dios, es una blasfemia, ofensa e injuria a la religión y a los creyentes”.

Mire, Cualquiera, preste usted atención, y por extensión todos aquellos que se han sentido ofendidos e injuriados, se ofende e injuria cuando se desacredita a alguien, de palabra o por escrito, manifestando o publicando algo contra su buena fama, pero ello, sólo es aplicable a las personas. En ningún caso puede extenderse a las teorías políticas, a las religiones o a cualquier otro tipo de creencias. ¿Por qué ha de considerarse incorrecto el intento de desprestigiar ideas o creencias? Desacreditar o luchar por la pérdida de estimación pública de determinadas ideologías o creencias políticas, religiosas o económicas puede reportar innegables beneficios al conjunto de la humanidad. La historia contiene magníficos ejemplos de ese tipo de desacreditaciones y luchas. ¿Hace falta enumerarlas?

Quien supo expresar con innegable acierto y concisión esta actitud fue el editor y diseñador gráfico suizo afincado en España, Jacques Schnieper: “El respeto nos lo debemos unos a otros como personas, pero cada cual es libre de opinar y expresar lo que quiera sobre las ideas o sobre las creencias. Algunos lo llaman democracia, y nos ha costado dos mil años conseguirla”.

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas

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