Tribuna Abierta
por manuel torres - Miércoles, 22 de Septiembre de 2010
Con las recientes expulsiones de Francia, el turismo de la miseria que recorre Europa de este a oeste nos ha hecho desempolvar las viejas películas del expresionismo alemán. Es sabido que los gitanos romaníes migran para huir de la pobreza, la segregación y la xenofobia de su propio país, precipitándose de seguido en una tierra extraña entre la mugre, la delincuencia y la previsible expulsión del lugar en el que recalan, para, poco después, intentarlo de nuevo desde la casilla de salida. El problema de los romaníes ha vuelto a abrir la herida europea -una de las muchas cicatrices que ya suma-, la del viejo dilema entre el DNI y el ADN, esto es, dime quién eres y qué eres, luego ya veremos si te quedas o te largas.
Mucho se ha hablado sobre este particular en los medios de comunicación y más todavía se ha arengado desde los minaretes de la laya populista. Por tanto, no pretendo con esto abundar en lo ya dicho, y menos todavía caer por la pendiente de la demagogia cuartelera. Pero sí me gustaría señalar algunos matices desde otra órbita diferente.
Que el señor Sarkozy redima ahora a los romaníes de la invisibilidad en la que estaban sumidos se debe a su urgencia por arañar votos a Le Pen de cara a los comicios de 2012, tanto como la necesidad de recuperar una popularidad mermada por los últimos escándalos políticos de su partido, por la ley sobre la reforma de las pensiones y el aumento de la edad de jubilación. Que la UE, como todo selecto club de buenos principios y nobles ideales, se someta al dictado de sus prebostes más poderosos, ha vuelto a quedar en evidencia tras la gresca entre Barroso y Sarkozy, entre éste y Viviane Reding, o entre el susodicho y Merkel, para, posteriormente, y en un alarde de fraterna reconciliación, reírle las gracias al pequeño Bonaparte.
Ahora bien, que este problema asome desde la cuna de la Ilustración y que, por tanto, Francia parezca ser la villana de la película, sería tan desatinado como incierto. La expulsión de gitanos romaníes se venía produciendo ya en países como Italia, República Checa o Suecia desde la misma incorporación de Rumanía y Bulgaria a la UE en 2002, por cuestiones asociadas a la salud pública y a la delincuencia, y antes más repatriados como ciudadanos ilegales. Que este problema humanitario, producto del éxodo originado por un orden económico despiadado, deba erradicarse mediante la buena disposición de Europa, y que su misión recaiga principalmente bajo la responsabilidad de ONG, sería pecar de un optimismo insensato.
El problema de estos gitanos no parte de Francia, Italia o Chequia, sino de Rumanía. Bruno Amsellem, fotógrafo que realizó cinco viajes con romaníes siguiéndolos desde su patria hasta la región de Lyon, describe el origen último de este éxodo del siguiente modo: "Nunca imaginé que la situación de los gitanos fuese tan dura en Rumanía. En la región de Bihor (noroeste), los gitanos son rechazados por la población, víctimas de la discriminación. Bajo el régimen comunista de Ceaucescu, eran obligados a trabajar en granjas colectivas. Pero, tras la caída del bloque soviético, su situación se degradó hasta llegar a extremos de pura supervivencia".
Antes de la incorporación de rumanos y búlgaros a la UE, muchos gitanos, huyendo del hambre en sus países, se precipitaron en la ilegalidad irrumpiendo en Italia, Francia o España, instalándose en lugares públicos y privados, donde, como no podía ser de otro modo, acababan en continuos conflictos con los autóctonos.
Cuando las familias gitanas se instalaban en terrenos privados, sus propietarios reclamaban la expulsión. Cuando lo hacían en terrenos públicos, las alcaldías intentaban ignorar el asunto, hasta que los conflictos provocados por la higiene, la inseguridad o la mendicidad generalizada se transformaron en un rosario de estallidos diarios con la población. Expulsados de un pueblo, se marchaban a otro o a la periferia de las grandes ciudades. Sin recursos y en una eterna provisionalidad, los gitanos se asentaban cerca de basureros o lugares insalubres para intentar evitar así la expulsión, no encontrando otro medio de subsistencia que la mendicidad.
Y de la indigencia en familia a la delincuencia sólo hay un paso. En Francia, en los últimos dieciocho meses, la delincuencia de baja intensidad protagonizada por rumanos instalados en la periferia de París ha crecido en un 259%, mientras que la delincuencia en general fue de un 11,9%. El titular de Interior, Brice Hortefeux, precisó días atrás que, en esa misma región de París, de los 92.000 detenidos en lo que va de año, 3.300 eran rumanos. Más que una apreciación, esto es un hecho. Ante esta realidad, el Gobierno de Sarkozy optó por las expulsiones de extranjeros ilegales, acompañándola, en el caso de los gitanos rumanos, de 300 euros por ciudadano repatriado y 100 más por cada hijo. Pero la decisión de pagar por las expulsiones tiene un efecto perverso. Una familia con varios hijos recibe una cantidad muy modesta, aunque significativa para poder sobrevivir algunas semanas en su país. Transcurrido ese plazo, nada les impide volver a Francia o a otro país europeo.
Sin tantas estridencias ni alharacas, en España sucede algo similar, aunque el señor Zapatero se empeñe en mostrar nuestro país como modelo de integración, pero ya sabemos que el presidente, si bien su domicilio oficial está en Moncloa, vive en Eurodisney buena parte del año. Y cuando quiera comprobarlo, no tiene más que dejarse caer por los suburbios de Sevilla, Valencia, Cataluña, por la Cañada Real o El Gallinero en Madrid.
"Muy mal tienen que estar las cosas en Rumanía para que prefieran quedarse aquí, donde no tienen nada", señala Paco Pascual, uno de los voluntarios que atiende a los habitantes de El Gallinero. Para Pascual, la postura del Gobierno español respecto a este colectivo es todavía peor que la de Francia: "Porque no los expulsa, pero tampoco hace nada por mejorar su situación. Simplemente deja que se pudran". De hecho, uno de los mayores problemas de este colectivo son los menores, empujados a la mendicidad y con un elevado índice de absentismo escolar, con lo cual la integración, derivada de la escolarización, es una pura entelequia.
Pero la cuestión es, después de tanta plañidera humanitaria y tanto ejercer el mea culpa por lo mala, malísima, que es Europa, ¿no habría que empezar por llamar a capítulo a los gobiernos de Rumanía y Bulgaria, que hasta ahora parecen comportarse como dos convidados de piedra entre los líderes europeos? ¿No sería conveniente recordarles que la UE ha invertido en los últimos años 17.500 millones de euros para erradicar los problemas de miseria, exclusión y xenofobia que sufren los gitanos en sus propios países de origen? ¿No es el momento de pedir cuentas de qué se ha hecho en Rumanía y Bulgaria con ese dinero?
(*) Psicoanalista
http://www.noticiasdenavarra.com/2010/09/22/opinion/tribuna-abierta/europa-los-gitanos-y-el-payo-sarkozy
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