“¿Qué daño hace un crucifijo en la pared? El único problema que puede causar es que sea de madera, se descuelgue y golpee a un niño.” -José Fernández Aullol, Secretario General del PP de Almendralejo-
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Lo de los crucifijos en los espacios públicos es como para que lo estudie la NASA, un ejemplo excepcional de resistencia de materiales. Se cuelgan en un par de minutos, con una vulgar escarpia clavada a martillazos, ni taladro hace falta, y queda bien fijado. Y ahora intenten descolgar uno de un colegio, y ya verán lo que cuesta.
Te puedes pasar años, y por el camino no sólo dejarte tiempo y dinero, sino además enemistarte con el director y parte de los padres, ser estigmatizado tú o tus hijos, y acabar en los tribunales tras pasar por la inspección educativa y todo tipo de departamentos administrativos. Que se lo digan a ese padre de Almendralejo que ha tardado dos años en descolgar el cristo que adornaba la clase de su hijo, o a Fernando Pastor, el pionero de Valladolid que aparte de todo lo anterior tuvo que aguantar que la prensa papista le señalase y criminalizase.
Para que luego diga el presidente del Gobierno que no hay prisa por cambiar la ley ya que “la libertad religiosa se ejerce sin ningún problema” y “el principio de aconfesionalidad del Estado funciona muy bien”. Sí, lo dice alguien que tiene atornillado un crucifijo en la mesa donde toman posesión los ministros.
Hace falta consenso para cambiar estas cosas, dice el presidente. Se me ocurren muchos cambios legislativos que el gobierno ha sacado adelante sin ese consenso, y sobre temas mucho más importantes que los símbolos religiosos. Pero mi pregunta es otra: ¿hubo consenso para colgarlos en las paredes de las aulas y otros espacios públicos? No, no lo hubo, se colgaron y punto. En cambio quitarlos es otra historia, en ocasiones se convierte en un vía crucis para quien lo intente.
A falta de una norma estatal sobre el asunto, la retirada de un crucifijo queda en manos de los padres, que deben tener la iniciativa pero también la paciencia y resistencia necesarias para llegar hasta el final. Más o menos lo que sucede con las fosas del franquismo: que sean los particulares los que se ocupen del asunto, que si no lo hacen ellos, ahí se quedan enterrados los muertos y colgados los crucifijos.
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