El Plural / Artículos de opinión
- GERARDO RIVAS, 30/08/2010
Grosso Modo
“Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad” (Un deseo de Martin Luther King expresado el 28 de agosto de 1963 en las gradas del Lincoln Memorial frente al Capitolio de los Estados Unidos)
Cuarenta y siete años después de que el líder del “Movimiento por los derechos civiles para los afroamericanos” formulara este sueño frente a unas 250.000 personas de todas las etnias, la ultraderecha norteamericana -casi todos blancos- acudían, en el mismo emblemático lugar, a una multitudinaria manifestación organizada por el Tea Party y convocada por el presentador de radio y televisión Glen Beck y la ex candidata a vicepresidenta por el Partido Republicano Sarah Palin.
Pero no nos engañemos, desgraciadamente, este acontecimiento no es una simple anécdota sino la punta del iceberg del resurgimiento de la extrema derecha en el primer mundo y que se ha agudizado por las nefastas consecuencias de la crisis económica que padecemos. Un renovado y siniestro fantasma que cada vez está teniendo mayor influencia entre los jóvenes desempleados y la clase media. La extrema derecha, con una ideología ultra nacionalista, xenófoba y populista, aumenta considerablemente su influencia en estos sectores de la población. La denuncia contra los emigrantes convence a muchos desempleados a los que se les inculca la idea de que el trabajo que ellos realizan es el culpable de sus desdichas y de que ocupan los puestos laborales de los nacionales.
Pero no son sólo las penurias económicas las que hace adeptos en las filas ultraderechistas. El fundamentalismo religioso, contrario al multiculturalismo, y la intolerancia hacia los movimientos sociales progresistas, como por ejemplo, el feminismo, la igualdad de derechos de los homosexuales o la aceptación legal del aborto, son otras de las bazas que maneja con habilidad populista la extrema derecha, enarbolando la sacrosanta tradición, para convencer a su potencial clientela que es reacia a admitir cambios en los comportamientos sociales.
Una prueba de lo que se lleva dicho la llevaban escrita en sus camisetas muchos de los manifestantes de Washington, en las que se podía leer el siguiente lema: “Soy cristiano, americano, heterosexual, pro-armas y conservador”.
Cuentan los medios de comunicación que a poca distancia de esta manifestación, David Colón Cabrera, un puertorriqueño que estudia en Washington, junto con un pequeño grupo de jóvenes se congregaron con pancartas porque se sentían “disgustados, asqueados y con ira” al conocer la coincidencia del evento con el aniversario de la marcha de Luther King. Entre estas pancartas había una que rezaba el siguiente texto: “Soy moreno y un ciudadano estadounidense. ¿Por qué me tienes miedo?”
A mi entender no se puede extractar en menos palabras el fundamento último de la existencia del ultraderechista: el miedo a lo distinto. Que el diferente sea equiparado a él le aterra. Como también le atemoriza la libertad porque ello supone convivencia, tolerancia y respeto a los demás.
El ultraderechista prefiere el encorsetamiento de las verdades absolutas y la sujeción a las actitudes intransigentes heredadas de sus ancestros -le llaman tradición- ante todo lo desconocido o ante todo aquello que pueda poner en cuestión la férrea creencia en sus dogmáticos conocimientos.
Conviene que no tomemos a beneficio de inventario el resurgir de este fantasma. Cientos de años de progreso están en juego. ¡El que avisa no es traidor!
Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas
Pero no nos engañemos, desgraciadamente, este acontecimiento no es una simple anécdota sino la punta del iceberg del resurgimiento de la extrema derecha en el primer mundo y que se ha agudizado por las nefastas consecuencias de la crisis económica que padecemos. Un renovado y siniestro fantasma que cada vez está teniendo mayor influencia entre los jóvenes desempleados y la clase media. La extrema derecha, con una ideología ultra nacionalista, xenófoba y populista, aumenta considerablemente su influencia en estos sectores de la población. La denuncia contra los emigrantes convence a muchos desempleados a los que se les inculca la idea de que el trabajo que ellos realizan es el culpable de sus desdichas y de que ocupan los puestos laborales de los nacionales.
Pero no son sólo las penurias económicas las que hace adeptos en las filas ultraderechistas. El fundamentalismo religioso, contrario al multiculturalismo, y la intolerancia hacia los movimientos sociales progresistas, como por ejemplo, el feminismo, la igualdad de derechos de los homosexuales o la aceptación legal del aborto, son otras de las bazas que maneja con habilidad populista la extrema derecha, enarbolando la sacrosanta tradición, para convencer a su potencial clientela que es reacia a admitir cambios en los comportamientos sociales.
Una prueba de lo que se lleva dicho la llevaban escrita en sus camisetas muchos de los manifestantes de Washington, en las que se podía leer el siguiente lema: “Soy cristiano, americano, heterosexual, pro-armas y conservador”.
Cuentan los medios de comunicación que a poca distancia de esta manifestación, David Colón Cabrera, un puertorriqueño que estudia en Washington, junto con un pequeño grupo de jóvenes se congregaron con pancartas porque se sentían “disgustados, asqueados y con ira” al conocer la coincidencia del evento con el aniversario de la marcha de Luther King. Entre estas pancartas había una que rezaba el siguiente texto: “Soy moreno y un ciudadano estadounidense. ¿Por qué me tienes miedo?”
A mi entender no se puede extractar en menos palabras el fundamento último de la existencia del ultraderechista: el miedo a lo distinto. Que el diferente sea equiparado a él le aterra. Como también le atemoriza la libertad porque ello supone convivencia, tolerancia y respeto a los demás.
El ultraderechista prefiere el encorsetamiento de las verdades absolutas y la sujeción a las actitudes intransigentes heredadas de sus ancestros -le llaman tradición- ante todo lo desconocido o ante todo aquello que pueda poner en cuestión la férrea creencia en sus dogmáticos conocimientos.
Conviene que no tomemos a beneficio de inventario el resurgir de este fantasma. Cientos de años de progreso están en juego. ¡El que avisa no es traidor!
Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas
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