El antropólogo forense Paco Etxeberria ha
aparecido recientemente de forma destacada en todos los medios de
comunicación por ser el autor del informe sobre los restos óseos que
podrían pertenecer a los niños Ruth y José, desaparecidos en Córdoba en
octubre de 2011. En muchos medios se ha mencionado sus trabajos en
excavaciones de fosas de asesinados durante la dictadura franquista, en
la investigación de los asesinatos del cantautor chileno Víctor Jara y
de Salvador Allende e incluso en el juicio por el asesinato de los
militantes de ETA Lasa y Zabala. Pero lo que no hemos visto en ningún
medio es alguna referencia a su importante trabajo como forense en casos
de torturas realizadas por la Guardia Civil y la Policía Nacional a
ciudadanos vascos detenidos.
Experto en casos imposibles
Perfil publicado en Gara en febrero de 2012
Especialista en Medicina Legal y en Antropología y Biología Forense,
Francisco Etxeberria es un experto en resolver casos casi imposibles. En
su dilatada trayectoria profesional destacan las exhumaciones de
víctimas del franquismo, siendo el forense que más fosas ha abierto. Él
dirigió la primera excavación que se hizo utilizando técnicas
científicas y que permitió identificar los restos del abuelo de Emilio
Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria
Histórica.
En 1995, examinó los restos de Joxean Lasa y Joxi Zabala,
secuestrados en 1983 y cuyos huesos, que habían sido enterrados en cal
viva para borrar cualquier evidencia, aparecieron en Alicante. Su
análisis fue decisivo para resolver el caso, y Etxeberria dio también
muestras de su rigor profesional al contradecir al forense de Alicante y
sostener en el juicio que no se podía probar de modo forense que se les
hubieran practicado torturas como arrancarles las uñas.
En una entrevista concedida a GARA en febrero de 2011, afirmó no
estar del todo conforme con la sentencia. «Cuando uno ve un cuerpo
semimomificado y ve que tienen algodones en las fosas nasales, tiritas
en varias partes del cuerpo y apósitos, no solamente las mordazas que
tenían en la cara con unas mantas y cintas de empalme, eso te permite
decir que a estos individuos, además de los disparos que tenían en la
cabeza, antes de llegar a ese punto les ha pasado de todo. En el juicio
se enfocó mucho a si se les habían arrancado las uñas o no. Yo dije
claramente que no les arrancaron las uñas, pero de lo otro, tiene usted
lo que quiera...», manifestó.
Etxeberria comenzó a ejercer como médico forense a comienzos de los
ochenta, examinando a detenidos en dependencias policiales, lo que le ha
valido más de una amenaza de muerte. «Dentro de las cosas terribles de
aquella etapa, recuerdo la muerte, desde luego, pero también el
sufrimiento infligido intencionadamente, el maltrato y la tortura eran
la norma. Era horroroso ir a la Comandancia de la Guardia Civil, sobre
todo en Intxaurrondo y en El Antiguo», recordó.
Su figura también es conocida y respetada al otro lado del Atlántico,
especialmente en Chile, donde ha participado en la exhumación del
cuerpo del presidente Salvador Allende -determinando que su muerte se
debió a un suicidio, tal y como sostenía la familia- y del cantautor
Víctor Jara, detenido en el Estadio Nacional de Chile tras el golpe
militar de Pinochet.
Además, ha participado como experto en la Comisión de Derechos
Humanos para la exhumación de desaparecidos, poniendo como ejemplo la
labor que se hace en Chile.
«Cuando empecé, el 100% de los detenidos eran maltratados»
Entrevista publicada en Gara en febrero de 2012
Paco Etxeberria, presidente de la sociedad Aranzadi, descubrió la
situación de los detenidos vascos cuando comenzó a trabajar como forense
en los años 80. Ello le dota de una perspectiva completa sobre la
evolución de la práctica de la tortura, desde aquellos diez días de
incomunicación diseñados para «desguazar a todos» hasta la fase actual,
pasando por el momento en que se pasó a maltratar sin dejar marcas. «Las
torturas se acabarán cuando se les puedan imputar a los jueces»»,
concluye en una extensa entrevista para Euskal Memoria recogida por
GARA.
El trabajo que prepara Euskal Memoria y que publicará a finales de
este 2012 incluirá también entrevistas con expertos como Paco
Etxeberria, que ejerció como forense visitando a detenidos en los años
80 y ha seguido muy de cerca la práctica de la tortura desde entonces.
Su testimonio aparece en el último ejemplar de la revista de la
fundación y GARA recoge aquí algunas de sus revelaciones:
Sobre los años 80: «En el momento en que entramos
nosotros, algunas cosas cambiaron, pero muy poco. (...) Lo que ha- cían
era que al más torturado no nos lo enseñaban; al que estaba, digamos,
impresentable, no nos lo enseñaban y nos de- cían `no está por aquí, lo
hemos trasladado’. Y cuando luego, al cabo de los diez días, veías toda
la documentación, te dabas cuenta de que el traslado se les hizo a todos
a la vez. (...) Lo más escandaloso era que se inventaron una situación
intermedia entre el `no está en el partido judicial donde fue detenido’ y
el `tampoco está en Madrid’; igual estaba en Burgos. Así la
jurisdicción se perdía».
«En aquel tiempo el 100% de los detenidos eran maltratados por la
Policía, aunque vinieran de la delincuencia común. Si detenían a un
individuo, por ejemplo, por robar un radiocasette de un coche, también».
Diez días de incomunicación: «¿Si diez días era el
tiempo que hacía falta para que desaparecieran las señales de tortura?
Sí, estaban pensados para eso (...) Entonces era echar la red, coger a
un grupo de amigos, desguazarlos a todos y de alguno de ellos igual
sacaban algo que resultaba interesante para la siguiente».
Dos casos claves: «Esa gente vivía con tal impunidad
que se asombraban de que un juez pudiera pretender, ni se pudiera
atrever, a interrumpir su trabajo. Quizás el ejemplo más grandioso fue
la muerte de Lucía Urigoitia [en 1987], cuando la Guardia Civil asalta
el piso; muere ella y el Juzgado de San Sebastián, a través de la
Fiscalía, se plantea entrevistar a los compañeros de Urigoitia que en
esos momentos estaban en el piso, porque la versión que nos daba la
Guardia Civil era de broma. Cuando eso se hace molesta tanto a la
Guardia Civil que hay una reclamación oficial al juez de San Sebastián,
en la que acaba interviniendo el Consejo General del Poder Judicial.
Vinieron en una inspección, argumentando que se había entorpecido la
labor policial y que cómo era eso».
«En el caso de Mikel Zabalza [en 1985], yo creo que sí se les
encendieron unas luces de alarma. (...) Barrionuevo, que era entonces
ministro, sí dudó al menos un minuto de la versión oficial y llegó a
decir en el Parlamento que era rocambolesca. (...) Así que cuando luego
decide cubrir, o encubrir, luego ya le vienen rodadas todas las demás.
Me he imaginado un montón de veces la situación en la que estarían, muy
solemnemente reunidos, Rodríguez Galindo, los gobernadores civiles,
asesores, etcétera... y me imagino la escena en la que Rodríguez Galindo
dice: `déjenme, déjenme, que esto lo arreglo yo’».
Los forenses de la Audiencia Nacional: «En aquel
tiempo, y se puede decir que también en todo el periodo posterior, los
médicos forenses que estaban en la Audiencia Nacional no ejercían ni
ética ni deontológicamente el mínimo esfuerzo que les correspondía. Son y
han sido siempre encubridores. Y yo, que les he conocido personalmente,
se lo puedo decir a la cara tranquilamente».
Los jueces: «El reproche, sobre todo, habría que
hacérselo al juez. Y por eso llega un momento en que te preguntas:
`¿Cuándo se acabarán las torturas?’ Está claro, el día en que se les
puedan imputar estos hechos a los propios jueces. Así de claro. El juez
tiene que hacer lo que sea para que esto no pase y, además, tiene todos
los mecanismos para que no vuelva a pasar. Así que si no lo hace, es un
encubridor».
La evolución de los maltratos: «Lo tienen aprendido
muy bien, no dejando marcas. Lo que ellos hacen es resquebrajar
sicológicamente al individuo. (...) En el momento actual igual se da
menos el maltrato de carácter vengativo o punitivo, pero lo de obtener
información yo creo que sigue funcionando. Y para eso no vale darle una
somanta de palos y ya está, porque igual lo revientas y no sacas nada.
En el momento actual lo que hacen es resquebrajar sicológicamente al
individuo, y para eso no tienes que darle patadas en el hígado todo el
tiempo. Se hace de otra manera, y lo saben hacer. Teniendo al individuo
cansado, bajo tu mando. Un individuo al que tú le dices `quítate la
ropa’ y se la quita, `ponte la ropa’ y se la pone... Si eso lo hace
cuatro veces seguidas, entra ya en tu rollo, mentalmente está en tu
rollo. (...) Lo de los puntos débiles lo tienen cada vez más aprendido.
En el caso de Unai Romano, por ejemplo, pega el reventón sicológico
cuando le hablan de su madre y le dicen que su madre ha muerto».
«Hay otras víctimas a las que les ha faltado verdad, justicia y reparación»
Entrevista publicada en Gara en febrero de 2011. Por Fermin Munarriz I
Se reconoce a sí mismo como «atípico»: alimenta un diario personal
desde los 16 años, no le gustan las fiestas y prefiere los subterráneos a
las cimas. En los ratos libres realiza esculturas combinando materiales
tradicionales y cibernéticos, como una de las paradojas entre la vida y
la muerte a las que le ha llevado su intensa vida profesional como
médico forense. Sereno, meticuloso y preciso. Ha dirigido la exhumación
de 225 fosas de la Guerra del 36 porque rescatar la memoria histórica
colectiva es comenzar a hacer justicia.
Ustedes dicen que no indagan el porqué de las muertes, sino el
cómo. No obstante, las exhumaciones revelan que, en la guerra, donde no
hubo frente de combate hubo represión, y que no sólo morían los soldados
sino también los civiles. Eso es explicar bastante...
Efectivamente, incluso habría que añadir otra cuestión: no hubo
espacio geográfico donde no existiera la represión; y estamos hablando
de población civil -hombres, mujeres, niños, ancianos- que no estuvieron
en ninguna guerra. Además, nunca antes se han investigado los hechos.
No estamos hablando de las víctimas de un bombardeo o de quienes fueron
al frente y murieron en una batalla, que también es trágico; estamos
hablando de personas que casi ni se enteraron de que hubo guerra porque
los mataron directamente los dos o tres primeros meses, y a otros muchos
los mataron en juicios sumarísimos y tramposos en la posguerra. Por lo
tanto, estamos hablando de víctimas olvidadas que no están en los libros
de historia, las víctimas «no oficiales».
Toda dictadura genera una dinámica perversa: provoca miedo que
lleva al olvido, y el olvido a la ignorancia... ¿Cómo se rompe la
cadena?
Se ha roto, precisamente, con el tema de las exhumaciones. Han
servido para romper ese recorrido perverso: estábamos llegando a finales
del siglo XX y había quien lo negaba, decían que se exageraba mucho,
que no era para tanto, que Franco fue un beneficio, que nos salvó de
algo peor como podía ser el comunismo... Cada fosa es una evidencia;
tiene mucha fuerza la fotografía, más cuando sabes que es un chaval de
15 años o un anciano o el secretario judicial o un sindicalista... Eso
tiene tal fuerza que con ello hemos logrado neutralizar precisamente ese
recorrido perverso.
Uno de los argumentos que emplean quienes se oponen a recuperar la memoria es que se abren heridas...
Ese concepto de reabrir la herida es tanto como reconocer que no ha
cicatrizado. Eso sería terrible si lo reconociéramos con caracter
general y en la totalidad de ciencias sociales. Pero la derecha siempre
está con lo mismo, asustando. ¿Puede haber una involución? ¿Se quiere
decir que esto no es una democracia completamente consolidada y que
tenemos déficits? Ciertamente los tenemos, pero cuanto más hablan de esa
manera, más parece que la democracia todavía es imperfecta y muy
inmadura.
¿Ha llegado a sentir miedo haciendo este trabajo?
No hemos sentido preocupación ni miedo porque hemos tenido una
cobertura y una comprensión. Afortunadamente, cuando abrimos la primera
fosa en el País Vasco nos llamaron algunas instituciones -Diputación de
Gipuzkoa y Gobierno Vasco- y nos dijeron que si teníamos algún problema
les avisáramos de inmediato, pero aquello se debía hacer.
Verdad, justicia y reparación son las claves y los derechos de la víctimas. ¿Cómo se consigue materializar los tres aspectos?
Tendría que haber un equilibrio entre los tres, y lo cierto es que el
segundo pilar, el de la justicia, no se ha puesto en marcha. Es decir,
hay unas políticas públicas que se han realizado con dudas en este
tiempo pasado. Por ejemplo, que se haga una plaza dedicada a la II
República don-de se encontraron unas fosas, hace 20 años hubiera sido
imposible, pero es una acción reparadora que corresponde a las
instituciones
Entre verdad, justicia y reparación, como técnicos, nosotros
trabajamos en el pilar de la verdad, en buscar información para conocer
la verdad, pero después esa verdad hay que usarla legítimamente también
en lo político y en lo pedagógico. Hay muchas dimensiones que se pueden
desarrollar desde las autoridades públicas.
¿Cree que se quedan cortas las autoridades?
Sí, creo que sí. Yo suelo poner un ejemplo: En Beasain, un buen día
se celebró un pleno monográfico para hablar de este tema y poner en el
acta el nombre de todas las víctimas del lado republicano. En otro
momento se convocó a las familias y se les entregó el acuerdo de aquel
pleno -con el nombre y el apellido de las víctimas-, donde se
consideraba que aquello fue injusto, etc... Eso se puede hacer en todos y
cada uno de los municipios del País Vasco, no cuesta siquiera dinero.
El orden es verdad, justicia y reparación. En los lugares del mundo
donde han querido saltarse este recorrido o hacerlo de otra manera, el
tema ha funcionado muy mal. Hace falta verdad que sirva para administrar
justicia, que sirva para la reparación. Luego hay un cuarto pilar del
que cada vez se habla más, que son las garantías de no repetición.
Hay grupos sociales que demandan rescatar la memoria histórica,
pero a veces podría parecer que el motor es la propia irritación que
producen algunas actitudes desde instituciones públicas; por ejemplo, en
Nafarroa, donde el propio Gobierno llega a obstaculizar...
Algunas asociaciones de memoria histórica dicen que su lucha ni
siquiera es contra la dictadura franquista -eso está resuelto-, sino
contra actuales estamentos democráticos que todavía hoy siguen
encubriendo un pasado al que no se quieren enfrentar.
Eso se está dando en algunos ejemplos -increíbles-, cuando se propone
hacer un mapa de fosas para preservar el espacio y que no se
desbaraten, y hay quienes se atreven a decir públicamente que no quieren
hacerlo. El argumento vuelve a ser que se reabre una herida...
Seguramente hacen eso por un complejo de culpabilidad. Igual todos
tenemos un poco de complejo con este asunto...
¿La memoria histórica contribuye a asentar una democracia?
Yo creo que sí; lo que estamos haciendo sirve para consolidar algunos
valores, y creo que algunos partidos se están dando cuenta.
Normalmente, en democracia se habla mucho de valores que tienen un
significado simbólico. En la consideración de las víctimas, la tragedia
individual se incorpora a lo colectivo porque tenemos que saber que eso
ha ocurrido; esa víctima merece un respeto y eso debe servir para hablar
del futuro. Y podemos hablar del desaparecido, pero también del que le
quitaron todo...
Además, se puede hacer otra consideración: el Estado actual es
derivado del anterior; rompe en parte, pero es derivado de él. Cómo no
va a tener ese Estado responsabilidades de atender a las víctimas, de
darles una verdad oficial.
Usted empezó a ejercer como médico forense a comienzos de los
ochenta, en un territorio conflictivo y en una época convulsa: lucha
armada muy intensa, tortura a detenidos, guerra sucia, toxicomanías y
delincuencia, violencia de género... Sospecho que no fue fácil...
En aquel momento casi no nos daba tiempo a reflexionar sobre lo que
teníamos todos los días. A la semana se producía -al menos en Gipuzkoa-
una incidencia de gran trascendencia; había una actividad constante que
se imponía con mucho peso: un atentado, un secuestro... No acababas la
tarea en un caso concreto y ya estabas metido en el siguiente.
Dentro de las cosas terribles de aquella etapa, recuerdo la muerte,
desde luego, pero también el sufrimiento infligido intencionadamente; el
mal trato y la tortura eran la norma. Veníamos de donde veníamos, eran
los mismo actores y era horroroso ir a la comandancia de la Guardia
Civil, sobre todo en El Antiguo y en Intxaurrondo. La forma como a uno
mismo le trataban era increíble. Yo era el médico forense e iba allí
porque me ordenaba el juez de guardia, que tenía legitimidad, y no me
trataban ni siquiera de manera correcta, educada, sino siempre como en
sospecha...
Recuerdo alguno de los primeros reconocimientos médicos de detenidos
de ETA en incomunicación, y nos decían que no podíamos ni hablar con el
detenido. ¡¿Qué es esto? ¡Era terrible lo que había ahí!
A usted le tocó constatar casos de tortura en aquellos años. ¿Qué
se siente ante un detenido en comisaría al que sabe que le han torturado
hasta el momento de llegar usted?
Era una sensación de una enorme intranquilidad, con inseguridad en
ese instante. Yo no tenía inseguridad en el Palacio de Justicia, pero
ahí sí. Al mismo tiempo, era una tragedia porque creo que debía haber
hecho más de lo que hice, incluso; lo digo ahora desde una posición
madura; yo no soy aquel que tenía veintipocos años. Yo debería haber
hecho más cosas.
Algunas de las cosas que hicimos, por ejemplo, es ir a casa del juez a
comentarle lo que acabábamos de ver el secretario judicial y yo.
Salimos tan horrorizados que no dijimos «mañana a la mañana ya
hablaremos», sino que fuimos a casa del juez, le contamos lo que había y
el juez dijo «voy inmediatamente». Son cosas que no están en el
reglamento pero uno las puede poner en funcionamiento. Podíamos haber
sido mucho más enérgicos en torno a eso.
Todavía se siguen denunciando torturas... Y para que subsista la
tortura se necesita tolerancia política, planificación, premeditación,
complicidad jerárquica e institucional... ¿Cómo se podría erradicar
definitivamente la tortura?
El día que sea posible -porque la reglamentación lo posibilite- reprochar eso a la propia autoridad judicial...
Pero los jueces escuchan a los propios detenidos el relato de lo
que acaban de sufrir en dependencias policiales o comprueban las marcas
físicas, y casi nunca pasa de ahí...
Yo creo que la Audiencia Nacional no ejerce la tutela que le
corresponde respecto a los detenidos, en tanto que son detenidos de una
autoridad judicial, aunque el brazo ejecutivo sea una policía u otra.
Ejerce la tutela desde la distancia, en base a una serie de normas y
protocolos que son de risa en este terreno, y cuya última modificación
es del año ochenta y tantos, cuando Belloch estaba en el ministerio...
Así se puede entender que pasen estas cosas. Luego están los malhechores
que llevan a cabo el maltrato, pero tiene que haber por encima de ellos
alguien que les diga que eso no vuelva a pasar.
Si a un juez con conciencia le ocurre esta situación un par de veces,
tiene mecanismos para que no vuelva a sucederle lo mismo. La prevención
de la que se habla en ocasiones debe ser norma aquí, ya que hay una
historia acreditada en la que no valen cálculos estadísticos. Un caso
sólo ya es extremadamente grave.
Otro de los casos notables que le han tocado a usted fue reconocer
los restos de Lasa y Zabala cuando aparecieron en Alicante... ¿Cómo
tuvo constancia de que eran ellos?
Yo ya era forense cuando estos dos jóvenes habían sido, además de
secuestrados, maltratados, probablemente a quinientos metros del Palacio
de Justicia donde me creía investido de autoridad como forense. Es
decir, frente a nuestras propias narices...
Para cuando descubrimos la situación en Alicante, habíamos mirado
también en otros sitios. Para ese momento se tenía una hipótesis, que es
la que luego sirvió: Lasa y Zabala estaban en territorio español,
enterrados, habían muerto como consecuencia de disparos y tenían cal
viva. ¿Por qué? Porque ésa era prácticamente la metodología que tenían
prevista los GAL cuando hablaban de esto con toda naturalidad.
Cuando llegué a Alicante -con bastantes dudas porque me parecía muy
lejano: será un error, será otra cosa-, me di cuenta de que eran ellos
por la coincidencia de los pocos datos que existían pero que eran
suficientes: varones, jóvenes, con pelo negro, una estatura, los dientes
de una determinada manera, etc... El margen de error casi se reducía a
cero. En una impresión del primer momento, dije «esta vez sí son».
¿Encontró algún tipo de dificultad entonces?
Desde la Audiencia Nacional me exigieron que lo pusiera por escrito,
aunque no estaba previsto. Estuve dos días sin dormir haciendo el
informe. Trabajé con el policía que luego murió de infarto en el propio
juicio, Jesús García -ése sí que tuvo que pasarlas de a kilo-; por
cierto, un profesional serio, que hablaba de democracia.
De todos modos, para mí también fueron momentos de tensión; yo había
grabado en vídeo y había hecho fotografías en previsión de que todo
aquello fuera una trampa que nos estaban poniendo o de que nos hicieran
algún cambio con las evidencias... Tuve tensión hasta el punto de que en
una de las conclusiones del informe que redacté decía que, con mi nivel
de análisis yo digo que son Lasa y Zabala, pero que se debían hacer más
análisis y más estudios. Y hasta que no se dieron los resultados
contundentes del ADN que se hicieron en el Instituto Nacional de
Toxicología en Madrid, estuve intranquilo, hasta el extremo de decir «si
llego a equivocarme en esto, estoy perdido para siempre, me tendré que
ir a vivir a otra parte...»
¿Tuvo algún tipo de respaldo?
En ese momento tuve una cierta cobertura institucional de Juan Mari
Jauregi, el gobernador civil de Gipuzkoa; se interesó y no estaba para
aguantar una broma en este punto concreto. Eso es importante. Diría
incluso de Belloch, que era ministro... Creo que ninguno de ellos se
sorprendió de que yo estuviera en el tema y, al mismo tiempo, mi opinión
iba a tener algún peso. Se confirmó absolutamente todo, hasta tal
extremo de que la hipótesis estaba dirigida al GAL Verde, a
Intxaurrondo, salía Rodríguez Galindo... Esto acabó en un juicio con
condena, que alcanzó a un gobernador civil... Lo que todos intuíamos se
pudo confirmar, pero no siempre pasa esto.
Recuerdo también las malas caras de algunas personas destacadas, que
me decían que era de Herri Batasuna para descalificarme, pero a mí me
conocían otras personas y sabían que yo no he militado nunca en un
partido político.
¿Cuándo fue consciente de que sus investigaciones estaban llegando al corazón del Estado?
Ahí mismo. De las cosas que yo he visto, no hay un delito mayor que
éste: funcionarios del Estado, con dinero del Estado y con conocimiento
de las autoridades políticas, cometen el delito de secuestrar en otro
país soberano a unos individuos que tienen estatuto de refugiado
político, tras el secuestro los trasladan al país, los torturan y llegan
a un nivel en que dicen que mejor será matarlos porque en el estado en
que los tenemos no podemos dejarlos en libertad...
En la sentencia no todo me convence, pero lo cierto es que cuando uno
ve un cuerpo semimomificado y ve que tienen algodones en las fosas
nasales, tiritas en varias partes del cuerpo, esparadrapo y apósitos, no
solamente las mordazas que tenían en la cara con unas mantas y cinta de
empalme -que no voy a decir de dónde han venido pero que son
perfectamente analizables-, eso te permite decir que a estos individuos,
además de los disparos que tenían en la cabeza, antes de llegar a ese
punto les ha pasado de todo. En el juicio se enfocó mucho a si les
habían arrancado las uñas o no. Yo dije claramente que no les arrancaron
las uñas, pero de lo otro, tiene usted lo que quiera... Si esos
ejemplos aparecen en una fosa de Bosnia, en cualquier tribunal
internacional nadie dudaría de que han sido objeto de torturas salvajes,
pero aquí casi se hablaba de cuánto duele...
A pesar de los años de experiencia, ¿sigue habiendo casos que le conmocionan?
Sí. Me conmociona cualquier sujeto que habiendo sido objeto de una
injusticia -sea la que sea- luego no se le cree. No hablo de la última
situación de unos malos tratos ostensibles, sino simplemente de un
individuo que diga «me han tratado mal y desde entonces tengo este
miedo» o lo que sea... y encima eso no se le cree, se le desconsidera...
En definitiva, lo que me conmueve es el sujeto vivo que sufre. Los
muertos no sufren; sufrimos los vivos, sufre el allegado, sufre la
madre, el hermano... Entiendo por ese motivo que los allegados se
convierten en víctimas. Es más, es que son realmente las víctimas.
¿Aplicar el proceso de verdad, justicia y reparación sirve para aliviar el dolor de los allegados?
A las víctimas hay que darles lo que no tienen. Por ejemplo, ¿qué no
tienen las víctimas del terrorismo de ETA que yo creo que hay que darles
porque se lo merecen? No tienen reconocimiento social. Tienen un
reconocimiento institucional; han tenido verdad, justicia y reparación.
Por lo tanto, las políticas públicas en torno a las víctimas del
terrorismo de ETA tienen que ir encaminadas a un reconocimiento social.
Hay otras víctimas que cronológicamente pertenecen a las mismas
etapas, que han tenido reconocimiento social -esto es curioso-, pero les
ha faltado un reconocimiento institucional en muchos casos y, desde
luego, les ha faltado verdad, justicia y reparación.
¿Abordar la cuestión de las víctimas de ambos lados es una
condición imprescindible para superar el conflicto político de Euskal
Herria?
Yo creo que se va a dar de manera natural. Si verdaderamente
desaparece la violencia organizada, va a ser más fácil hablar de todo
este asunto. Estamos en un punto donde esto se va a ir dando, no para
echarse los trastos unos a otros, sino porque hay cosas que habrá que
reconocer también. La sociedad vasca está cargada de ejemplos de
injusticias que se han dado: solamente el número de maltratados y
torturados... es inmenso.
Es curioso porque cuando uno habla de estos temas fuera de aquí, hay
quienes dicen: «tú hablas de esto exagerando...» Pero si yo conozco a un
montón de gente, si yo tengo en mi familia gente que ha pasado por ahí,
y vecinos, y amigos del colegio, y alumnos, y profesores de la
universidad en la que trabajo, y médicos... ¿Crees que digo esto porque
forma parte de una estrategia? ¡Es así!
A pesar de todo lo visto y vivido, ¿cree en la bondad humana?
Creo que la cultura nos modula las aspiraciones y apetencias de no
bondad que tenemos, porque, si no, seríamos mucho más bruscos,
enérgicos... Yo no creo esa historia de que el hombre es bondadoso de
por sí. Cuando ves a otras personas que han cometido un hecho delictivo
muy reprochable, si tú te acercas y analizas las cosas, ves que quizás
tú en su misma piel habrías hecho lo mismo. Ésta es una cuestión que
hasta me preocupa porque entonces debe ser que yo soy afortunado: no me
ha tocado por suerte en la vida, por circunstancias...
A veces en un museo de horror o de criminología no es raro que
aparezcan fotografías de los delincuentes más famosos de la historia de
la humanidad. Vas viendo fotos y muchas veces he pensado que la última
fotografía debería ser un espejo en el que uno viera su propia cara,
porque en un momento determinado puedes ser tú...
Usted también participa como experto en la Comisión de Derechos
Humanos para la exhumación de desaparecidos en Chile por la dictadura.
¿Cómo está siendo la experiencia?
Fui nombrado a través de una comisión internacional como experto; el
entonces gobierno de Bachelet había decidido tomarse muy en serio este
asunto. Trabajo para la Comisión de Derechos Humanos del Gobierno de
Chile. Pude comprobar desde el primer día que las autoridades política y
judicial estaban de acuerdo. Esto es muy importante, porque en España
no se está dando; la autoridad política quiere hacer cosas, pero la
judicial no ve claro su espacio.
¿Qué tipo de tareas realizan?
Son trabajos de carácter pericial; durante la dictadura hacían trampa
de manera muy gruesa y ahora estamos revisando toda esa documentación,
rehaciendo los informes, porque hay datos de sobra para saber que son
lesiones por arma de fuego, que se trata de una muerte violenta de
carácter homicida, etc... Ya son cientos los casos que me han tocado,
algunos emblemáticos, como el de Víctor Jara.
¿Participó en la reconstrucción de la muerte de Víctor Jara?
Sí. Fue una situación muy emotiva porque yo me acuerdo de Víctor Jara
en el año 1973. Durante el golpe militar desapareció inmediatamente. El
juez nos llevó al escenario donde lo mataron, en el Estadio de la
Universidad de Chile. Trabajamos de una manera muy interesante: el juez
te hace trabajar casi a ciegas, él tiene una información que no te
exhibe y te pide una opinión sobre cómo ha podido ocurrir...
¿Cómo mataron a Víctor Jara?
Creo con toda certeza que le dan un disparo en la parte posterior de
la cabeza, le matan directamente, después de haberle maltratado,
seguramente, porque de esto hay algunos testigos en la propia
instalación deportiva. Jara había sido detenido en la universidad, donde
era profesor, y lo llevan a la instalación deportiva. En cuanto lo
identifican, lo separan y lo llevan a los vestuarios, donde se
interrogaba y se torturaba a la gente. Los vestuarios están muy cercanos
a la pista, a la cancha, donde había otros detenidos. Y había varios
espacios, unos más grandes y otros más pequeños, que eran para los
árbitros. En uno de esos pequeños es donde estuvo Víctor Jara y, por lo
que se sabe por uno de los testigos, contra la pared en un ángulo.
Estando en esa posición, en alguno de los momentos, con independencia
del mal trato que hubiera recibido, le dan un disparo en la cabeza en la
parte posterior, cae desplomado al suelo y luego, en otro escenario, lo
ametrallan –tenía más de cincuenta huesos rotos–; de hecho nosotros
encontramos algunos proyectiles también en los restos del cadáver, que
su mujer tuvo que enterrar casi a escondidas y sola en aquel momento.
¿Hay lecciones en el ejemplo chileno por rescatar la memoria?
Sería bueno que aquí se imitara el recorrido de Chile y de otros
lugares de Latinoamérica, donde no valen las impunidades. Quienes fueron
torturadores en España el año 70 han pasado a la democracia como si
aquello no hubiera existido, pero creo que hay que hacerles un reproche
social y público. Se merecen que la autoridad judicial un día vaya a
preguntarles algo, aunque se sientan incómodos; no tenemos nosotros el
problema, lo tienen ellos. Lo legítimo, lo que refuerza la democracia,
sería precisamente interesarse por esos victimarios que tienen nombre y
dos apellidos y que están en pleno uso de las facultades para darnos
respuesta a algunas de las cosas intolerables que se han dado entre
nosotros hasta prácticamente nuestros días.
http://info.nodo50.org/Cuando-empece-el-100-de-los.html