sábado, 29 de enero de 2011

De casta le viene al galgo

TRIBUNA ABIERTA

POR JULIÁN ZUBIETA MARTÍNEZ - Sábado, 29 de Enero de 2011
EL sabio refranero popular siempre nos invita a ver nuestros atrevimientos sin perder de vista el brillo de la ironía. En este caso: De casta le viene al galgo nos sugiere una clara alusión a que los hijos suelen heredar, con mayor o menor grado de proximidad, la vocación, cualidades o habilidades de sus progenitores para desempeño de ciertas tareas o funciones. Ejemplo de clarísima aplicación al autor del artículo La Iglesia, de víctima a verdugo, Jaime Ignacio del Burgo. Su progenitor, Jaime del Burgo, tradicionalista, requeté y destacado miembro de la dictadura franquista, a la par que historiador, formó parte de los privilegiados que no tuvieron que exiliarse -exilio que tanto molesta a su hijo respecto al privilegio que disfrutó Vicenç Navarro, y al que responde en el artículo mencionado-. Recordarle a del Burgo que el exilio lo sufrieron alrededor de tres cuartos de millón de personas y no por decisión propia, sino porque no tuvieron más remedio, su vida estaba en juego. Además, en los diferentes destinos, los exiliados tuvieron la oportunidad de mantener la cultura e intelectualidad que este país rechazó. De todas formas, la crítica central de su artículo se refiere a la colaboración de la jerarquía católica con Franco, que tan brillantemente expone Vicen Navarro, La Iglesia contra Jesús, donde nos explica el alejamiento que sufre la doctrina de Jesús respecto de los jerarcas católicos de entonces que amparan a los de ahora. En una serie de apartados del Burgo recrimina la falsedad de los argumentos de Navarro, eso sí, con el rigor histórico que acompañó a su padre, que más adelante abordaremos, y, sin más testimonios que los prueben que un grandilocuente "porque lo digo yo".
El día de la victoria nacional, el 19 de mayo de 1939, en una tribuna dispuesta en el paseo de la Castellana de Madrid, Franco, ahora señor y amo de su propio país, homenajeó a las familias que colaboraron en el triunfo del Alzamiento. El dictador consumó el triunfo con una elección camaleónica en el diseño de su vestimenta. Tocado por un cuello sobrepuesto, sobre el uniforme de capitán general aparecía el azul mahón de la camisa falangista. Su cabeza se cubría con la boina roja de los requetés. De casta… Al día siguiente, tal y como nos relata Anthony Beevor en La Guerra civil española el cardenal Gomá, primado de España, dio a besar a Franco el lignun crucis a la puerta de la iglesia de Santa Bárbara, de las Salesas Reales, donde entró el Caudillo bajo palio, como solían hacer los reyes de España, depositando su espada victoriosa ante el milagroso Cristo de Lepanto, traído expresamente de Barcelona para tan solemne ocasión.
Otro reconocido historiador de la guerra civil, Julián Casanova en La Iglesia de Franco, nos acomoda la identificación del clero y del catolicismo con la rebelión militar del verano del 36, indicándonos "el pacto de sangre y simbiosis entre Religión, Patria y Caudillo que emergió tras la guerra y sobre el intercambio de favores que la Iglesia y los católicos mantuvieron con un régimen asesino, levantado sobre las cenizas de la República y la venganza sobre los vencidos". En la posguerra la Iglesia no hizo ni un solo gesto a favor del perdón o la reconciliación. Al contrario, informaron, delataron y denunciaron formando parte del nuevo sistema de terror instalado. Acudían a los pies de los pelotones de ejecución para reconciliar a los rojos con Dios, luego elevaban a los altares a los ejecutores, grabando sus nombres en las piedras de los templos que llaman sagrados.
Para salvar la Patria, el Orden y la Religión se pusieron al servicio de esa causa y, como se relata en la Sesión Plenaria número 79 del 10/03/2003 en el Parlamento de Navarra, fue desde el púlpito y las arengas episcopales en la prensa desde donde se incitó a sumarse a la cruzada religiosa para salvar la civilización cristiana: "los asesinatos se llevaron a cabo por las partidas organizadas a tal fin por los sublevados, dirigidos por sus juntas de guerra, y sin mediar ningún atisbo de legalidad ni formalismo alguno. Estos actos criminales se llevaron a cabo no sólo con el beneplácito de la jerarquía eclesiástica de la Iglesia católica, manifestada públicamente a favor del llamado Alzamiento, sino en algunos casos con su participación directa". El único partido que se abstuvo en la aprobación de la propuesta fue UPN, por la acusación, que les parece generalista, contra la Iglesia católica. De casta…
Del Burgo hace referencia a los miembros del clero que sucumbieron durante la campaña bélica. Dice que fueron 10.000, todos sabemos la dificultad a la hora de contar víctimas que tienen padre e hijo, pero aunque son muchas, alrededor de 7.000, estas víctimas -como dice V. Navarro, también dolorosas- fueron en tiempos de dislocación social y en periodo bélico. Tan sólo recordarle que dos ciudades sin frente de guerra, Pamplona y Burgos, suman entre las dos más asesinatos silenciados y bendecidos por la jerarquía eclesiástica que todos los desmandes sufridos por los religiosos en todo el país, pese a que padre e hijo -no sé si el Espíritu Santo también- mantienen reiteradamente que fueron 678, el total de las víctimas en Navarra -hasta ahora son más de 3.200-. De casta…
La decisión de la Iglesia de apoyar el levantamiento fue una elección racional y consensuada por su jerarquía. La pérdida de protagonismo social y económico en la coyuntura republicana aportó la idea de aproximarse y participar consecuentemente con los sublevados. Su interesada colaboración aportaría en un futuro las prebendas que disfruta en el presente. Bien es sabido que una elección consumada depende de las anticipaciones racionales que se hayan hecho sobre los efectos futuros de las acciones presentes. Esto se traduce en una racionalidad limitada en cuanto que los objetivos fueron alcanzados en simbiosis con la fuerza de las armas, bajo el dolor de las víctimas -tanto si fueron asesinadas, como vencidas en la posguerra o exiliadas contra su voluntad-. El límite lo ha impuesto el tiempo. Recordemos que no es el hombre quien detiene el tiempo, es el tiempo el que detiene al hombre. La pérdida de poder actual es el precio que tiene que pagar la jerarquía eclesiástica en este país por su comunión con el franquismo. Por mucho que le quieran echar la culpa al laicismo y al anticlericalismo actual, no son más que las excusas que siempre reinventan cuando ven que sus privilegios peligran. Como dice Benedicto XVI sobre la república, pero a la inversa.
El problema al que se enfrenta la Iglesia es la pérdida del norte respecto a las enseñanzas de Jesús, como bien recalca en su artículo V. Navarro. Una vez que sus aspiraciones de dominio, una vez alcanzados, con creces, durante el franquismo los objetivos deseados, han disminuido la atención y el cuidado de sus secretos más íntimos; de ahí, que las grandes lagunas en su comportamiento hayan salido -todavía con cuentagotas aquí- a la luz: la práctica de la pederastia, su misoginia mal disimulada, los desfalcos intentando apoderarse de las propiedades de los pueblos, la práctica del amigismo equivalente al nepotismo tradicional. Eso, tan sólo por citar sólo unos ejemplos, sin olvidar que todavía mantienen los privilegios de los Concordatos firmados con el Vaticano en tiempos del franquismo.
El resultado de esta lacra de posibilidades es un grupo parasitario, que todavía está ubicado en los distintos niveles de la jerarquía de poder, y que, hoy por hoy, componen el espacio de elaboración de políticas y de adopción de decisiones dentro del presunto marco constitucional que les ha aceptado pese a su reciente pasado franquista. No sé si la jerarquía eclesiástica fue víctima o verdugo de sus pretensiones, lo que sí sé es que De casta le viene al galgo.
http://www.noticiasdenavarra.com/2011/01/29/opinion/tribuna-abierta/de-casta-le-viene-al-galgo

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