por Atilio Borón
Domingo, 18 de Noviembre de 2012
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Quienes condenen la nueva agresión perpetrada por Israel en la
Franja de Gaza se exponen a recibir una reiterada descalificación:
“antisemita”.
Para esos inveterados racistas
cualquier crítica a las políticas genocidas del estado de Israel,
cualquier denuncia de sus atrocidades y de su barbarie sólo puede nacer
de un intenso odio al pueblo judío. Tamaña confusión entre pueblo y
régimen político no es casual ni gratuita. Constituye, en cambio, el
absurdo chantaje metódicamente utilizado por la derecha reaccionaria
israelí y sus aliados en el imperio para desacreditar cualquier denuncia
de los crímenes del estado de Israel y de su suicida curso de acción
que, en el largo plazo, tendrá como víctima al propio pueblo judío. Esta
postura para nada es exclusiva de los fascistas israelíes: recuerda la
que adoptaban sus congéneres argentinos cuando calificaban de “campaña
anti-argentina” las críticas que desde dentro y fuera del país se
dirigían en contra de la dictadura terrorista cívico-militar que sembró
destrucción y muerte en la segunda mitad de los años setentas.
Ellos también equiparaban maliciosamente
pueblo y gobierno -como hoy lo hacen los racistas judíos- para
desvirtuar cualquier ataque contra el estado terrorista como si fuera
una agresión al pueblo argentino. En ambos casos lo que se pretende es
defender a un régimen político nefasto que, en el caso de Israel, ha
sido denunciado por eminentes personalidades de la comunidad judía,
dentro y fuera de ese país. Son conocidas –pese a ser silenciadas
oficialmente- las dudas que Albert Einstein y el gran filósofo judío
Martin Buber abrigaban en relación a la forma concreta que estaba
tomando la creación del estado de Israel ya en sus primeros años de
vida. Poco antes del desencadenamiento de la operación “Pilar Defensivo”
Noam Chomsky informaba sobre lo que pudo ver en su en su reciente
visita a la Franja de Gaza, y sus críticas fueron demoledoras. Puede
accederse al video correspondiente en: http://www.democracynow.org/2012/11/14/noam_chomsky_on_gaza_and_the
La lista de eminentes judíos
disconformes con las políticas del estado israelí sería interminable:
Daniel Barenboim y su noble cruzada pacifista con el palestino Edward
Said se nos viene inmediatamente a la mente, lo mismo que el vibrante
testimonio de Norman Finkelstein, un politólogo estadounidense, hijo de
sobrevivientes de los campos de concentración del nazismo, quien en una
conferencia ofrecida en 2010 en la Universidad de Waterloo (Canadá) dijo
que “No hay nada más despreciable que usar el sufrimiento y el martirio
de ellos (quienes murieron en campos de concentración) para justificar
la tortura, la brutalidad, la destrucción de hogares que Israel comete a
diario con los palestinos. Por lo tanto me niego a ser presionado o
intimidado por sus lágrimas de cocodrilo. (en referencia a una de las
asistentes a su conferencia).” Este pasaje de su presentación en la
Universidad de Waterloo puede verse en: https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&;v=gE8GESi35Yw
A lo anterior podrían agregarse las
múltiples organizaciones judías que rechazan esa espuria identificación
entre pueblo y régimen. Una de ellas, denominada Jews for Justice for Palestinians. Two peoples-one future, tiene
como divisa una cita del Rabino Hillel, del siglo I antes de Cristo,
que para horror de los ultraortodoxos de hoy día reza así: “Lo que no
quieras para ti no lo hagas a tu vecino. Esto es toda la Torah. El resto
son comentarios.” Hillel se anticipó nada menos que en 1800 años al
célebre imperativo categórico que popularizara Immanuel Kant: “Actúa
sólo de forma tal que la máxima de tu acción pueda convertirse en una
ley universal.” Por supuesto que no serán las enseñanzas de aquel sabio
judío o las del filósofo prusiano las que vayan a asimilar Netanyahu, su
fascista canciller Avigdor Lieberman y los halcones israelíes;
escucharán más bien los torpes balbuceos de algunos decrépitos sucesores
de Hillel, movidos por un odio inconmensurable hacia el pueblo de cuyas
tierras se apoderaron, los palestinos, y de los cuales in pectore se pone en duda su misma condición humana.
Lo anterior permite comprender las
razones por las que el gobierno de Israel pudo movilizar sin escrúpulo
alguno su infernal máquina guerrera contra un pueblo indefenso, sin
ejército, sin aviación, sin marina de guerra, sin status internacional
reconocido, bloqueado por aire, tierra y mar, imposibilitado de recibir
ayuda externa (medicamentos, alimentos, ropa, etc.) y encerrado “como
animales en una jaula”, como lo recuerda Chomsky en la entrevista citada
más arriba. Pero hay algo más: según informa Walter Goobar el
periodista israelí Aluf Benn publicó en el diario Haaretz de este
jueves una nota en la que se asegura que Ahmed Yabari –el jefe militar
de Hamas cuyo asesinato desencadenó la violencia- era el “responsable
del mantenimiento de la seguridad de Israel en la Franja de Gaza”. En un
giro por demás siniestro de los acontecimientos Yabari no fue eliminado
por ser un jefe terrorista como dijo la propaganda sionista sino porque
estaba negociando un acuerdo de paz. Como asegura Goobar, “esta no es
una afirmación retórica ni obra de una maniobra de victimización de
Hamás, sino que quien lo afirma es nada menos que Gershon Baskin, un
mediador israelí que llevaba y traía propuestas entre Yabari y altos
cargos israelíes.” 1
Tiene sentido: ni el complejo
militar-industrial estadounidense ni el fundamentalismo racista israelí
están interesados en lo más mínimo en llegar a un acuerdo de paz en esa
parte del mundo. La guerra es un gran negocio y, a la vez, un recurso
para tratar de estabilizar la tambaleante situación geopolítica que
impera en Medio Oriente. Además, en este caso, esta operación casi no
tiene costos para Israel porque no son dos ejércitos los que se
enfrentan -y que podrían infligirse daños relativamente semejantes- sino
una formidable fuerza militar que cuenta con todo el apoyo de la mayor
potencia militar en la historia de la humanidad y una población civil
acorralada e inerme, que lo único que tiene para repeler el ataque es el
voluntarismo de sus milicianos que mal puede equiparar la fenomenal
desproporción existente entre los armamentos de ambas partes. El
recuento de víctimas de uno y otro lado exime de mayores comentarios.
Con estos antecedentes a la vista es
apropiado caracterizar al estado de Israel como un “estado canalla”, que
viola flagrantemente, con el incondicional apoyo del amo imperial, la
legislación internacional, las resoluciones de las Naciones Unidas y el
derecho de gentes. Tal como lo subraya Finkelstein ningún chantaje de
“antisemitismo” puede disolver el carácter genocida de estas políticas;
ningún ardid extorsivo, cuya eficacia obedece a los imperdonables
horrores de la shoah perpetrado por el régimen nazi (y condonado por las
potencias imperialistas de la época) puede obrar el milagro de
transformar el vicio en virtud o el crimen en bondad. Y ante ello ningún
hombre o mujer debe permanecer callado. El cómplice silencio de los
años treinta y cuarenta posibilitó el exterminio de los judíos en la
Alemania nazi. La comunidad internacional no puede incurrir otra vez en
semejante error, sobre todo cuando sabemos que los gobiernos de las
principales potencias, bajo la dirección de Estados Unidos, no harán
absolutamente nada para detener esta carnicería porque han sido desde
1948 hasta hoy cómplices y partícipes necesarios de cuanto crimen haya
cometido el estado de Israel. Si existe eso que algunos llaman la
“sociedad civil mundial” debe manifestarse, ahora, antes de que sea
demasiado tarde.
Cerramos esta breve reflexión citando
las actualísimas palabras de León Rozitchner, un gran filósofo marxista,
judío, argentino, fallecido hace poco más de un año. Un maestro en el
sentido más integral del término, que en el “Epílogo” de un notable
libro de su autoría, Ser Judío, se preguntaba lo siguiente:
“¿Qué extraña inversión se
produjo en las entrañas de ese pueblo humillado, perseguido, asesinado,
como para humillar, perseguir y asesinar a quienes reclaman lo mismo que
los judíos antes habían reclamado para sí mismos? ¿Qué extraña victoria
póstuma del nazismo, qué extraña destrucción inseminó la barbarie nazi
en el espíritu judío? ¡Qué extraña capacidad vuelve a despertar en este
apoderamiento de los territorios ajenos, donde la seguridad que se
reclama lo es sobre el fondo de la destrucción y dominación del otro por
la fuerza y el terror! Se ve entonces que cuando el estado de Israel
enviaba sus armas a los regímenes de América Latina y de África, ya allí
era visible la nueva y estúpida coherencia de los que se identifican
con sus propios perseguidores. Los judíos latinoamericanos no lo
olvidamos. No olvidemos tampoco Chatila y Sabra”.
1 Ver Walter Goobar, “Los verdaderos blancos de Benjamín Netanyahu”, en Miradas al Sur (Buenos Aires) Año 5. Edición número 235. Domingo 18 de noviembre de 2012
http://sur.infonews.com/notas/los-verdaderos-blancos-de-benjamin-netanyahu
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